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No recuerdo exactamente la noche en que toda mi familia declaró por unanimidad la muerte de la televisión en la casa. Si bien las ofertas de cable por suscripción arrojaban sutiles asideros a ese naufragio visual y creativo, la verdad preferíamos encontrar ese sosiego en las colecciones personales de música, o bien, encontrar por fin un espacio para hablar de lo cotidiano frente a frente.
Tampoco logro precisar el instante en que adquirí la plena conciencia de dejar las vacuidades de el mañanero o el gallo para comentar las vertiginosas noticias de la w o la fm. O donde hallé tierra firme en medios de los fangosos pantanos provocados por el reguetón. Los diales giran interminablemente en mis manos sin detenerse en alguna parte, como diciéndome, ya eres adulto, madure, no busque más. Con suerte uno hallaría algo de cerebro apto para mi edad en los fines de semana, pero el eco de estos pequeños oasis no es suficiente ante el barullo de lo fácil que es hablar del celular de moda, la boletas para el próximo concierto o las elaboradas cuestiones sobre si somos o no infieles con nuestras parejas por messenger.
¿Somos frívolos porque hicimos nuestro mejor esfuerzo para ello? ¿La gran masa de medios actuales nos dictaron el no pensamiento y la inacción echando mano de grandes aliados como la tecnopopvideomusichistefactory y el ensordecimiento visual de 17 horas diarias? ¿Es la cortina de humo más grande de la historia de los medios, donde solo existe donde posan sus ojos las ávidas cámaras de canales privados y los rabiosos flashes de periódico? Esta jornada trae a colación diversas cuestiones que quiero dejar como reflexión si la idea es incidir en un eventual incremento en la participación y la acción de los jóvenes con el apoyo de los medios.
1) En primer lugar, quiero saber donde termina el terreno del entretenimiento y donde comienza el educativo, o viceversa ¿Alguien puede atreverse a afirmar si hay productos mediáticos juveniles meramente entretenidos o meramente formativos, o mejor aún, que combine las dos características? No estoy muy seguro que se deban promover espacios con semejante doble función, atribuida más a los moralismos de una sociedad enajenada por su propio desconcierto frente a lo que creía establecido e intocable. Pero tampoco me convence la noción de uno y otro al revisar cada oferta. ¿Lo pensamos mejor en términos de rentabilidad? ¿Qué nos vende más?
2) Hablemos ahora de los públicos específicos. En un país cuyo más reciente censo arrojó algo más de 11 millones de jóvenes, cómo se entiende que periódicos, emisoras y cadenas de televisión de cobertura casi total en el territorio nacional consideren edades y estratos que no superan el 5% de dicha población. Existe demasiada información con oportunidades corriendo por allí, realidades que reclaman ser mostradas con urgencia, iniciativas que, de un modo u otro, buscan ese reconocimiento en pantalla o en esa tabloide ¿y sólo tienen acceso un porcentaje mínimo de población? De otro lado ¿qué es lo que nos llega a través de estos medios? Si revisamos estrategias orientadas a frenar conductas de los jóvenes consideradas como de riesgo creemos que ha de hacerse un severo plan de reorganización de prioridades en cuanto al manejo de lo que es esa información y la manera en que se transmite.
3) Mencionemos ahora la expresión de la diversidad, muy conectado con lo anterior. Puedo pasar por ser moderadamente nacionalista, pero ¡hasta los grupos colombianos que tanto promueven ya no hablan nuestro idioma! Y estas son las expresiones que acaparan las secciones de farándula o de moda en revistas o colillas en los noticieros. En cambio, muy poco se menciona de aquellos jóvenes que preservan sus tradiciones o, vinculando otros ritmos, se atreven a gritar que son colombianos en un país que a duras penas trata de identificarlos como una apuesta renovadora en medio de los clichés que ya imperan como parangón de lo que es ser artista. ¿Dónde están esas manifestaciones del joven paisa, costeño, santandereano, payanés, pastuso o cundiboyancense, aún alejadas de formalismos estéticos como el ‘correte para acá que no te favorece el ángulo’? Eso sin mencionar cuál es la pretendida amplitud de las ofertas en términos de lo racial, lo corporal (a excepción de las famosas tetas) y lo sexual, por dar cuenta de otros escenarios que pasan de agache por el ‘prime’ nacional.
4) ¿Por qué no nos cautivan otras propuestas? Reconociendo que pasé una buena etapa de mi vida en la década anterior uno podía mencionar programas nacionales que calaron hondo en el inconsciente colectivo de aquel entonces y marcaron sus mañanas o sus noches con irreverencia, buen sentido del humor e inteligencia, (para ser mas francos un réquiem est in pace para brujula mágica, la tele, 88.9 y hasta el controvertido okidoki) Han pasado casi siete años desde que inició el nuevo milenio y pienso que no se puede hablar de un programa o espacio que caracterice a esta generación, un programa nuestro que genere recordación. Es preocupante que propuestas interesantes como un banderas en marte o revelados se sometan a azares presupuestales en vez de un decidido apoyo a mantener una voz joven en espacios masivos. En este punto cabe resaltar el esfuerzo de las universidades, quienes aportan su conocimiento para construir narrativas audiovisuales, aunque parezcan condenadas a correr con la suerte de las abandonadas.
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