by María Laura Caraballo
Published on: Dec 27, 2005
Topic:
Type: Opinions

Que la navidad ya no es concebida dentro del marco espiritual o de la fantasía está a la vista. Para algunos la madrugada del 25 de diciembre celebra la llegada al mundo del hijo de Dios, para otros la entrada invisible de Papá Noel - versión latinoamericana de Santa Claus -. Que el festejo de la noche buena se extienda a distintas creencias y territorios es desde un punto de vista, símbolo de unificación que supera tanto las fronteras geográficas como religiosas. Este sería el lado positivo de esta consideración ya que por lo menos una vez al año encontramos un motivo - más forzado que real - para reivindicar los lazos afectivos familiares y amistosos, aunque sea mediante la reunión al rededor de la mesa o la mirada a los ojos durante el brindis.

Como es de esperarse el mercado no podía quedarse afuera de semejante movilización que ha sido capaz de reunir a la suegra y al yerno, capaz de sobrevivir a la eterna disputa entre el quién se encarga de la ensalada de frutas o del vittel toné.
En este contexto, a la cena del 24 se suman las imperdibles ofertas que van desde el mantel de plástico con motivos navideños hasta las cañitas voladoras multicolores.

Así nuestro querido Papá Noel se encarga de globalizar este festejo milenario reemplazando la esencia original del espíritu navideño por el llanto desesperado del pequeño que no encontró bajo el arbolito un nuevo jueguito para la compu, porque ya pasaron de moda los juguetes. Bajo su pesado manto rojo la navidad nos une a todos en la maratón publicitaria del teléfono celular con sus cientos de diseños y multifunciones para todos los gustos y posibilidades económicas; los celulares nos consuelan con sus ring tones con la risa de Papá Noel remixada o la cámara digital de excelente definición.

Basta pasar por cualquier calle de Once para enredarse con guirnaldas brillantes y caer rendido a los pies del simpático Papá noelcito que camina, baila, canta y mueve su manito compulsivamente haciendo sonar su campanita.

El comercio navideño ha logrado escurrirse por todas los recovecos, por todas las tiendas y barrios de la ciudad. Se le escapó el pequeño detalle de que los arbolitos blancos no saben qué hacer en una zona donde jamás nieva, lo mismo se pregunta el pobre Papá Noel con su gorro en la mano y los treinta grados de sensación térmica que se duplican dentro de semejante traje.

Lo verdaderamente lamentable es que los chicos han perdido en gran parte esa magia e ilusión que en teoría es tan característica de la navidad. Se ha esfumado bastante toda la preparación navideña que implicaba pasar horas redactando cartas a Papá Noel, pasarse toda la noche mirando impaciente el reloj atento a la aguja que diera las doce para poder “pescarlo” in fraganti depositando los regalos, o aunque sea percibir algún movimiento extraño, alguna risa sospechosa. Recuerdo que cuando era chica me daba una rabia terrible no poder verlo y me prometía que el próximo año estaría aún más atenta pero siempre salía tan despacio que era prácticamente invisible. El día anterior a los reyes era toda una aventura ir a la plaza en busca de un poco de pasto para los camellos, y siempre, siempre, al otro día : el pasto todo desparramado y el balde vacío, a lo que mi papá comentaba: -¡ Pobres, con este calor, la sed que tenían con tanto trabajo!.¡ Mirá, salieron tan apurados que dejaron pasto por todo el piso!. Y para mí era un hecho, tres camellos solos no daban a basto. Confieso que lo que más me intrigaba era por dónde subían los camellos, ¿entrarían en el ascensor?, ¿treparían por los balcones?.

Ahora todas estas pequeñas-grandes ilusiones ya no son ni tan fomentadas por los padres ni por los medios que poco les importa la fantasía porque eso no se vende.

Hoy chicos y grandes estamos más interesados en las corridas desesperadas a la búsqueda de aquella promoción tan tentadora que encontramos tanto en el shopping con sus diseños cuadrados, serios y modernos como en los portarretratos y velas colorinches del “Todo x dos pesos”, no vaya a ser que alguien se quede afuera. Sin embargo, sí, alguien se queda a fuera, en realidad muchos se quedan afuera: los que nunca encuentran un regalo bajo el árbol porque ni siquiera arbolito decorado tienen; los que nunca brindan con ananá fizz porque cuentan las monedas para el mate cocido del desayuno; y peor aún: los que están solos, los que no tienen con quién festejar la llegada de un nuevo año.

Por eso en estas fiestas, además de calcular cuál es el modelo de celular más conveniente, estaría bueno acercar un poco de ese espíritu navideño verdadero, sacar a la luz un poquito de esperanza y recuperar todos algo de magia de la noche buena. Acercar un poco de compañía a ese viejito que hace tanto tiempo no recibe ningún familiar que lo visite al geriátrico; a ese chico que está en el hospital sin poder salir a jugar. Siempre hay alguien que nos necesita. Todos necesitamos a veces una sonrisa amplia, un mensaje sincero, un poco de tiempo y alegría. En fin, todas cosas que no están en la lista de ofertas y que pueden hacer de estas fiestas y de este próximo año un lindo encuentro, un espacio real para compartir.


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Nota: Este artículo integra el Nro. 2 de la Revista Virtual InterJóvenes

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