by Damian Profeta
Published on: Nov 19, 2003
Topic:
Type: Opinions

El hecho de haber nacido en una tierra americana, sin duda, constituye una forma de identidad que no puede obviarse. Estoy seguro de que es, a la vez, posibilidad de recuperación y despliegue, y posibilidad de olvido y repliegue. Y es en el fenómeno del repliegue, en el que se puede basar una larga historia de desencuentros, de malentendidos, de distanciamientos, que atentan contra la unidad, entendida como vinculación de culturas diversas en la articulación de sus diferencias.

Vivimos un tiempo de crisis, de planteo de problemas al que hay que buscarle soluciones; ante esto, estamos los jóvenes preocupados por nuestro presente, nuestro futuro y el presente y futuro de nuestros padres, nuestros hijos y nuestros abuelos. Y empezamos a agruparnos para buscar soluciones locales a estos problemas. Pero los problemas complejos, requieren soluciones complejas, es entonces que buscamos a otras agrupaciones con objetivos similares a los nuestros y nos relacionamos buscando abarcar e influir en mayor proporción en la realidad y optimizar la utilización de los recursos, así surge una forma de integración. Integración que no es ya sólo de mi misma comunidad, porque los jóvenes de otros países tienen los mismos problemas que yo. Pero los pueblos de América, sin duda, también compartimos una riqueza cultural común.

Entonces, para que la integración sea fluida, es necesario comprender los fenómenos culturales que se dan en nuestros pueblos. En estos fenómenos, es posible pensar la reconstrucción del tejido social, y la solidaridad aparece como una respuesta inmediata.

La solidaridad es “obra compartida”, la acción compartida “fluye” y por el código comunicacional compartido es posible entretejer el diálogo entre los pueblos. Y este diálogo es fundamental si buscamos el verdadero desarrollo de nuestra América. El diálogo no es una abstracción, sino que expresa lo humano y hace más habitable el espacio común. Hay que luchar contra la fractura del diálogo, y esto no es una cuestión intelectual, sino una cuestión ética. Nuestros pueblos comparten una herida inconmensurable: tres mil niños latinoamericanos mueren cada día, por muerte evitable.

Es ahí donde el diálogo se quiebra: en ese ominoso silencio que es la pobreza extrema.Una carta pastoral del Obispo Jorge Casaretto, titulada “El desafío de la exclusión” dice: “hablar de exclusión es hablar de necesidades insatisfechas, pero además se está señalando el porqué de esa insatisfacción: el haberse quedado afuera... pero no únicamente se quedaron en la periferia de las ciudades, sino que quedaron en la periferia de los derechos y posibilidades de insertarse dignamente en la sociedad.”

Párrafos arriba afirmé que los americanos compartimos problemas, pero que también compartimos una riqueza cultural común, y que en esa cultura es posible reconstruir nuestra identidad, nuestro diálogo, en otras palabras: nuestra razón de ser.

Y allí radica el eje central de mi propuesta, una propuesta que tiene su raíz en la educación y la cultura, que implica “aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser”.

La consigna es lograr la cooperación entre juventudes de la región, a fin de impulsar el desarrollo común en América Latina y el Caribe. Yo propongo que para lograr ese desarrollo común es imprescindible “rescatar la riqueza común”; y en eso los/las jóvenes podemos romper la lógica del repliegue y terminar con la historia del desencuentro.

Un proyecto de rescate de la riqueza común, emprendido por las juventudes de América Latina y el Caribe puede cimentarse en iniciativas de educación no formal en prácticas solidarias, en valores compartidos, en visualizar la identidad común que subyace en nuestra cultura, en promover el diálogo, el acercamiento, el intercambio, en síntesis: en dar herramientas para vivir juntos.
Actualmente estoy abocado a una iniciativa que persigue ese gran objetivo.

Pienso que acciones concretas pueden ser el generar redes de información cultural entre juventudes de la región, en las que se intercambien bienes culturales y se pueda generar un inventario del patrimonio común.

También, desde esas redes, generar un calendario de eventos culturales de carácter itinerante a lo largo de toda la región.

El aprovechamiento de las Tecnologías de la Información para generar canales de comunicación social que haga realidad la difusión sin barreras de obras artísticas que generen el conocimiento recíproco de identidades compartidas y particulares.

La realización de concursos literarios y festivales de cine, teatro, danza y música, así como centros culturales itinerantes y/o virtuales que multipliquen la generación y difusión de nuestra riqueza cultural común.

Éstos son algunas opciones que muestran lo mucho que podemos hacer desde nuestras organizaciones, por ejemplo desde un proyecto de educación no formal para la región.

Para finalizar, estoy convencido de que la viabilidad del desarrollo y la integración de América Latina y el Caribe descansa en el hecho de que en la mente y en el corazón de las nuevas generaciones exista no sólo el deseo, sino también la predisposición para tal empresa.

Y precisamente, la progresiva construcción de mecanismos de diálogo, conocimiento, intercambio, amistad y rescate de la riqueza cultural común es una labor que compete fundamentalmente a la educación.

Y con imaginación y empeño, podemos emprenderla nosotros, las juventudes de América Latina y el Caribe.

Damián Profeta.

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