by Caleb Ordoñez Talavera
Published on: Jul 16, 2007
Topic:
Type: Opinions

El 14 de Enero del 2007 Dave Steve Pedrosa Guaderrama de 24 años de edad, se desempeñaba como elemento de seguridad publica, se dio un balazo en el tórax a la altura del corazón con el arma calibre 9 milímetros marca Ruger que tenía bajo su resguardo para el cumplimiento de sus funciones, dejó un hijo de 2 años.

El 16 de Abril del 2007 Claudia Flores Hernández, alumna del Tecnológico de Chihuahua 1 se ahorcó en pleno día de escuela ante la sorpresa de los cientos de alumnos en el que ese día, parecía ser un día “normal” de clases. Nadie supo la razón real de su suicidio. Su cuerpo colgante fue encontrado por una joven en el baño para mujeres.

El 10 de julio del 2007 Francisco Javier Tarango León de 22 años de edad estacionó su automóvil en el cerro “colorados” a pocos metros de la carretera hacia la ciudad de Anahuac. Tomó una pistola tipo escuadra calibre 9 milímetros y se disparó en la sien derecha, desplomando la parte superior de su cráneo y falleciendo inmediatamente. La nota póstuma que dejó relataba un problema de tipo sentimental y suplicaba el perdón a sus padres y hermanos.

Creo que alguna vez escuché decir que nuestra sociedad está enferma que los jóvenes la padecen en su etapa Terminal, pero el peor de los casos es que parece no buscar sanar. La enfermedad se llama depresión y las causas son varias. Tan variables que resulta imposible entender el ambiente de muerte que se puede respirar en nuestra generación. Son cientos de casos al año en el que cientos de chihuahuenses intentan morir. Atormentados, buscan su propia muerte, piensan en eso, no lo confían a nadie, pero lo calculan despiadadamente. Pastillas, una horca, una pistola, un puente alto, un simple paso mortal ante un autobús de alta velocidad en plena carretera, una herida mortal en una vena principal del cuerpo, un viaje al fondo de un río, una presa o un lago. Muerte en eso piensan cientos de jóvenes en muchos lugares, perder su vida podría ser el único camino para emerger de su patética realidad.
Se estima al Estado de Chihuahua (norte de México, frontera con Estados Unidos) como la región con más suicidios en jóvenes entre 15 y 25 años. Apenas este año cumplimos el número vergonzoso de 900 suicidios en poco menos de 19 años, las edad también tristes, desde los 12 años. Los motivos muy diversos. Según Ipsos Bimsa una empresa calificada de estadística y encuestas. Chihuahua ocupa el primer lugar nacional (muy por encima de otros Estados) en depresión juvenil. Esa enfermedad que ha permeado a una generación en crisis, a una sociedad que tiene en sus jóvenes la esperanza de una mejor humanidad, esa juventud hoy sigue amenazada diariamente por la muerte, por el suicidio.

Pienso que es una obligación del Gobierno sanar a la sociedad, dar alternativas para buscar erradicar el flagelo existente. Pero también creo que es una responsabilidad civil, es una alarma que constantemente resuena: Comenzando el año 2007 Dave Pedrosa un joven policía decidió suicidarse a pesar de tener un pequeño hijo que educar. Claudia Flores fue decidida a su escuela para terminar con su vida, llevó un hilo de nylon lo amarró al techo del baño, en pleno día, mientras todos estaban el clase se suicidó.

Estos casos podrían ser aislados si no entendemos que a pesar de ser silenciosos, nos gritan. Dan voces de auxilio a la misma sociedad, cada uno de los 900 casos de suicidios desde 1998 son una carta póstuma, son un reclamo a la sociedad, por estar apacible, por no responder, por no buscar la sanidad a una enfermedad Terminal que está infectando los corazones de miles de jóvenes por todo el Estado. Es una llamada de atención muy rijosa, por que algúnos políticos dicen que ese tema no es “primordial”. Seguramente ninguno de ellos pensó en Francisco Tarango el joven de 22 años que condujo se auto hasta un cerro decidido a poner una bala en su cabeza y destruir su vida. Hoy necesitamos sistemas de prevención, sistemas útiles, de los que jóvenes como Berta Ciénega de 18 años de edad (que apenas una discusión fue suficiente para terminar su vida con unos tragos de insecticida) puedan recurrir. Necesitamos centros de crisis donde personas interesadas en ayudar a jóvenes con crisis puedan dar consejos profesionales. Necesitamos una sociedad más preocupada por este dolor general en la juventud. Pero sobre todo a los mismos jóvenes pues es nuestra generación la que esta siendo destruida.

Estas llamadas son alarmas, antes de que en nuestras ciudades algún joven decida no solo suicidarse en un baño de su escuela, sino quizá, como en el multi sonados casos de Colombine en Colorado, de la escuela secundaria de Buenos Aires, Argentina o bien el más reciente en la Universidad de Virginia Tech, de acabar con decenas de personas antes de suicidarse. Todavía estamos a tiempo, si antes escuchamos, ponemos atención y atendemos el reclamo de una generación en crisis.


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